Ubicado en Ingeniero White, puerto de la ciudad de Bahía
Blanca, Ferrowhite es un museo que aloja herramientas recuperadas por un grupo
de trabajadores tras la privatización y el parcial desguace de los
ferrocarriles en la década del 90. Martillos, tornos y tenazas; escariadores,
sierras y bigornias; caladores, cuchillos y piedras de afilar son el punto de
partida para intentar comprender cómo se organizaban los talleres en los que
esas herramientas eran utilizadas, cómo eran el orden y los conflictos de la
sociedad a la que servían, y qué tal resultan, en comparación, las cosas hoy.
Puede entonces que este museo se defina no sólo por las
piezas que atesora sino además por lo que somos capaces, entre muchos, de hacer
con ellas. Ferrowhite es un museo taller. Un lugar en el que las cosas, además
de ser exhibidas, se fabrican. ¿Y qué produce un museo taller? Un museo taller
genera nuevas herramientas. Útiles para
ampliar nuestra comprensión del presente y, por tanto, nuestra perspectiva del
futuro, forjados en la labor con objetos y documentos del pasado, pero también
en el cuerpo a cuerpo con la experiencia vital de cientos, miles de
trabajadores que forman parte de, y le dan forma a, esa historia.
Libros y bolsas para las compras, videos y balsas de
bidones, teatro y cajas para herramientas… Quizás lo que en este museo taller
se fabrica, de manera tentativa, siempre provisoria, son relaciones, una
amalgama inestable entre palabras, imágenes, cuerpos y cosas que configuran,
todas juntas, nuevas formas de entender la vida en común, a partir de revisar
las jerarquías consagradas a la hora de contar el pasado, de analizar la
coyuntura o de imaginar el porvenir.
EL PASADO COMO
CONSTRUCCIÓN
Entender esta institución estatal como una construcción colectiva supone preguntarse quienes cuentan la historia y quienes, con suerte, son contados por ella. Es decir, implica reconsiderar las reglas que en nuestra sociedad regulan la producción de relatos sobre el pasado compartido. En abril presentamos "El Castillo de la Energía", libro que narra una historia de la usina General San Martín, edificio declarado patrimonio histórico nacional y provincial. La mirada, sin embargo, no está puesta en los arcos y las almenas que ornamentan su fachada. Atraviesa las inmensas puertas del castillo para interesarse, en cambio, por todo lo que allí se hizo, año a año, día tras día, para que la central marchara y con ella el puerto, Bahía Blanca y buena parte de la región. Porque esta es una historia de la usina contada desde el punto de vista de unos de sus trabajadores, Nicolás Ángel Caputo, Angelito, como lo llaman sus amigos, quien fuera mecánico y buzo de la central por más de 30 años.
En un museo taller hacer un libro supone, claro,
escribir, que Ángel agarre la birome para volver visibles, sobre los renglones
de unos cuantos cuadernos “Maratón” y “Potosí”, palabras en mayúscula que
cifran y expresan lo que recuerda, pero también implica grabar horas y horas de
entrevistas, buscar fotografías, corroborar nombres de compañeros en las listas
del sindicato, dibujar el eje de una turbina o fabricar una balsa con tambores
industriales réplica de aquella que usaban los buzos de la usina. Todo eso
hicimos junto a Ángel durante un año entero de labor, confiados en la idea de
que más allá de las características de un edificio, no hay patrimonio sin un
colectivo que se reconozca como su propietario y guardián, es decir, sin una
historia que establezca un sentido de conjunto y de continuidad que nos vincule
como sociedad con todo aquello que de otra manera no serían más que un “montón
de cosas viejas”.
TRABAJO ASOCIADO
Ferrowhite es un museo en el que poner etiquetas y pasar
el plumero, claro, no alcanza. Un sitio en el que leer, subrayar
y reflexionar con seso es siempre necesario, aunque nunca suficiente. Un
lugar en el que editar videos o animar en flash queda bárbaro pero no se
entiende, a la hora de cerrar el obligado balance, al margen de acciones
menos glamorosas como martillar, soldar, remallar, encolar, encuadernar o
llenar planillas del RAFAM. Acaso tanta actividad intente dar respuesta a un
solo interrogante: ¿Cómo convertir la preocupación por la historia en una tarea
común, y a esa tarea en uno, dos, un montón de útiles capaces de incidir,
aún de manera modesta, en la realidad presente?
Ahí está la “Vera bolsa
libre de Trust”, una bolsa para hacer los mandados con actitud insumisa,
ahí están las “Arreglatutti”
y los “Bancatutti”,
cajas para herramientas y banquitos materos fabricados a partir de las maderas
de los encofrados de las grandes obras que se construyen en este puerto que llegan
a nosotros flotando por el mar. Ahí
están los buques
archivo de Roberto Conte, las locomotoras de Domingo González, o la maqueta
de la Estación
Ingeniero White que edificó el “Pupi” Micucci en la cocina de su casa, un
portuario y dos ferroviarios que dan cuenta de la historia que les toca vivir, poniendo
en juego en sus construcciones saberes que derivan pero al mismo tiempo
están más allá, o más acá, tanto de las habilidades pulidas a lo largo de su
vida laboral, como de las rutinas que la industria de la cultura programa para
sus ratos libres.
MUSEOLOGÍA EN
MUSCULOSA
Quién sabe si lo primero que convendría ver en este museo
no son las manos de quienes lo sostienen. Un museo taller deja marcas,
crea una mancha identitaria que viaja debajo de las uñas. La serigrafía es
una forma de organizar ese contagio. Coordinado por Silvia Gattari y
Malena Corte, el taller de impresiones "Cómo
funciona la cosa" levanta su persiana todos los miércoles por la tarde.
En estos meses, Andrea, Carla, Cristian,
Marcela, Noe y Nicolás aprendieron a imprimir sobre papel y tela, y ahora van
por todo: madera, chapa, vidrio, cerámica, polietileno... Pero el oficio tiene sus mañas. Requiere, en
principio, ser capaz de ver las cosas "en negativo". Saber observar,
por ejemplo, a una lancha de flota amarilla como una mancha blanca envuelta en
una mancha azul, allí donde, convengamos, ni el mar ni el horizonte suelen
exhibir ese color.
Dibujar para el shablon requiere síntesis y capacidad
para invertir el aspecto inmediato de las cosas. Serigrafiar es, en cierta
medida, radiografiar las apariencias. Y también una manera alternativa, la
que los artesanos encuentran, de entender la producción en serie, esa clase de
actividad que en nuestro mundo corre por cuenta de las máquinas, o mejor dicho,
de aquellos que deben subordinarse a sus ritmos. Porque a diferencia de las
impresiones industriales, en la serie serigráfica no hay reproducciones
exactas. Cada copia resulta, en su imperfección, una huella que
señala hacia la persona que la produjo. El pigmento que ralea o
desborda sobre cada pieza de tela difumina los bordes netos entre lo idéntico y
lo desemejante. Diez musculosas recién impresas, todas iguales, todas
distintas, parecen preguntar: ¿En qué nos parecemos, en qué somos
singulares? Y la pregunta se transfiere, como la tinta a través de la
trama finísima del shablón, al grupo de "aprendices" y
"maestros" que se reúne en este museo a pesar de que el trabajo y la
familia casi no dejan tiempo para otra cosa. Porque si la
cultura presupone la tarea de un colectivo, no hay práctica cultural que valga
la pena, creemos, si no es capaz de interrogar y transformar, aunque sea
un poco, al colectivo que la pone en marcha.
LOS TÉMPANOS DEL
ARCHIVO Y EL CRISOL DE LA FIESTA
Un año en Ferrowhite tiene 36 meses, chiquicientas mil
mañanas todas distintas. Un día toca montar con lupa las miniaturas que el
ferroviario Carlos
Di Cicco talló en madera balsa y al otro cargar un torno que pesa más de cuatro mil
kilos. Imposible describir lo que se suda acá, el frío que hace en invierno con
techos tan altos. Acá se imprimió una bandera para la Orquesta Escuela de
Ingeniero White, se montaron cuatro obras de teatro documental protagonizadas por
un estibador, un pescador, un mecánico de locomotoras y un marinero, se
remallaron 60 musculosas para el equipo de patín del Club Huracán, se construyó
una balsa
con bidones para navegar por la ría preguntándonos cómo se reparten los
beneficios y perjuicios de la ocupación del frente costero de la ciudad por
parte de enclaves cerealeros y petroquímicos de origen trasnacional… Acá fabricamos morrales que arengan, imanes
para heladera con el teléfono de próceres precarizados que se abrieron un
kiosquito, recitales de rock
y fiestas carnaval.
En el medio llegó el tren,
nos colamos en la Feria
de Frankfurt, participamos en publicaciones
de historia ferroviaria y aparecimos en una revista
de arte internacional que todavía no juntamos la plata para
comprar.
A lo largo de todo ese tiempo, sin que sepamos exactamente
cómo, cuánto de libertad, de azar y de necesidad hay en todo esto, nuestra
guarida funcionó alternativamente como salón de baile, gabinete cartográfico,
sala de conciertos, taller de serigrafía, balneario contaminado, set de
televisión, escenario teatral, café bacán, e incluso, como un museo. Ferrowhite
es ese espacio en el que la cantidad de verbos a los que normalmente se asocia
la labor de un museo crece, se excede, prolifera en combinaciones inesperadas.
Un lugar -por fortuna no el
único- en el que el trabajo con la historia depende de establecer
relaciones entre pasado y presente, entre “pequeños” y “grandes” relatos, pero
también de la capacidad de materializar esas relaciones en cosas y en acciones
para las que no existe, por anticipado, ninguna receta, ningún manual.
Como funciona la cosa - Taller de serigrafía
El arca obrera
La fábrica de ciudades - Taller de urbanismo para pibes
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Pedro Marto durante una función de Marto Concejal - teatro documental
Romero, Orzali, Mazzone, Caballero - Amigos del taller - Foto de Rodolfo Díaz
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