Museo IMPA: Un espacio donde ocupar, producir
y resistir es un trabajo.
¿Una fábrica de
aviones en medio de la Capital Federal?, ¿Una
empresa del Estado que fue privatizada?, ¿Un espacio de producción recuperado por sus trabajadores/as? Con
estas preguntas llegamos a IMPA el sábado 26 de julio. Transitar su historia
viva brinda respuestas, pero especialmente nuevos interrogantes.
Almagro, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. El barrio está
quieto, es la hora de la siesta y el clima gélido no acompaña. Es inevitable no
pensar en el mismo espacio urbano en otros 26 de julio: el de la muerte de
Evita en el ´52 o el que da inicio a la Revolución Cubana en el ´53. O el de
tantos otros días donde cientos de obreros, de distintos puntos de la ciudad,
llegaban a la calle Querandíes a ocupar su puesto en la central IMPA –Industria
Metalúrgica y Plástica Argentina- para
producir.
Un edificio de
dimensiones descomunales es el epicentro de una historia que excede la materialidad
arquitectónica para avanzar sobre una materia prima de mayor caudal: la memoria
colectiva, aquella que como bien se explicita en el espacio, es la condición
para existir como grupo social.
Son las 15 hs.,
y el portón rojo del Museo IMPA se abre de par en par. Un trabajador (¿del museo, de IMPA?) es el encargado. Minutos
después conocemos su nombre: Oracio. Con un orgulloso saludo da la bienvenida
al lugar; su paso tranquilo y gesto cómplice invitan a adentrarse a un espacio
único. Un diminuto pizarrón que se pierde en la inmensidad del antiguo sector
fabril anuncia los horarios de actividad para el día. Oracio camina, recorre
cada sector para constatar una vez más que todo esté en su lugar, quizá como
hizo durante más de 30 años, en cada jornada laboral. La rutina de apertura del sábado trae nuevos visitantes
al lugar; otros trabajadores y colaboradores del museo nos ayudan a conformar
el grupo. Empezamos todos a ocupar IMPA,
con el cuerpo y las ideas, para producir, para trabajar en la historia.
La creación del
museo ocurre para 2010 cuando un colectivo diverso formado por trabajadores y trabajadoras de la fábrica
recuperada, docentes-investigadores y estudiantes de la FADU-UBA, miembros de organizaciones sociales y
barriales, artistas, intelectuales y personas con distintos grados de vecindad,
se unen para reconstruir el patrimonio material y simbólico de la fábrica. El
desafío implicaba construir colectivamente un Museo de la Cultura del Trabajo y
de la Identidad Obrera para dar reflejo de las distintas concepciones del
trabajo objetivadas en mentalidades que dan cuenta de una historia que lleva
más de 80 años y que está fuertemente ligada a los períodos económicos,
sociales, políticos y culturales por los que atravesó el país.
El recorrido lo
iniciamos tras breves presentaciones. Transitamos por cuatro unidades temáticas
de la exposición permanente –Empresa Privada, Empresa Estatal, Cooperativa y
Empresa Recuperada- junto a la llamada “Isla de los objetos”. Cada sector es
coordinado por distintos facilitadores del museo (estudiantes, vecinos,
trabajadores) que apasionadamente dan su relato de los orígenes, proyecciones,
quebrantos y anhelos de miles de manos laburantes a través de fotografías,
objetos, recuerdos. La narración no sólo une la micro y macro historia
económica de la empresa y el país, sino que da un lugar especial a las voces de
los y las trabajadoras que dan sentido a IMPA.
Es Oracio quien
toma fuertemente la palabra en distintas instancias del transitar por el museo.
Su relato en primera, pero por sobre todo en tercera persona del plural, del
“nosotros trabajadores” emociona; fue el
primer presidente –elegido en consenso- tras recuperarse la fábrica por los
obreros en 1997. Su trabajo, su vida, el trabajo de sus compañeros (una palabra
que resuena en cada frase) es expresión de lo que fue y es IMPA para quienes la
trabajan: eje central de sus vidas. Abordar las historias de ese lugar, desde
un paradigma de la complejidad, es clave en la visita. Los distintos sectores
productivos (salas de hornos), las máquinas (“La caliente” y “La laminadora”),
los objetos (como la famosa bicicleta “Ñandú” creada por IMPA en los ´50) son
sólo alguna de las excusas para que la memoria entre en acción, se libere,
llame a otras, se multiplique. El museo IMPA no recae en la mirada bucólica de
su pasado fabril sino que resignifica su pasado desde el hoy como estrategia
fundante para legitimar su papel como emprendimiento industrial y cultural, pero
por sobre todo, de escala humana.
Actualmente el
espacio se dedica a la producción de distintos elementos en aluminio laminado
(papel metalizado, pomos y envases descartables de aluminio, entre otros) y es
gestionado por 42 trabajadores/as que trabajan en formato cooperativista,
cobrando todos el mismo salario “desde el portero al encargado de maquinaria”
tal como afirma Eduardo “Vasco” Murúa, engranaje vital de la empresa. IMPA industrial completa así su visión
integral con IMPA-La Fábrica Cultural, un
Bachillerato Popular, la Universidad de los Trabajadores (con cuatro
profesorados con reconocimiento oficial), un Centro de Salud y un Museo, siendo
todos proyectos colaborativos, participativos y comprometidos, de marcada –y
acertada- incursión social.
El Museo IMPA
ocupa, resiste y produce. Ocupa un lugar que excede los edificios, está en su
gente. Resiste las imposiciones simbólicas y materiales de los poderes de
turno. Produce alternativas para el desarrollo social uniendo trabajo, cultura
y participación socio comunitaria. Ser el “único museo vivo de empresa
recuperada por sus trabajadores” es una posible respuesta a los interrogantes
de un principio o, al menos, la clave para continuar repreguntándonos qué lugar
ocupa un museo, qué lugar ocupamos nosotros en la historia.
Texto: Leonardo Casado
(PH: Ana Laura Luchessi)
(PH: Ana Laura Luchessi)
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