El período llamado “Proceso de Reorganización Nacional” revistió una serie de lineamientos y acciones sociales, políticas, económicas y culturales que supieron calar hondo en la subjetividad de les argentines.
En 1978, el gobierno dictatorial elabora y difunde el Boletín de Comunicaciones N° 61, donde se impone una serie rigurosa de reglas y normas de uso de los símbolos patrios.
Según el mismo “la irrespetuosidad o irreverencia a los Símbolos [...] implican un ataque a la esencia misma de la argentinidad, a su tradición histórico-cultural, a sus principios y valores fundamentales, un ultraje a los próceres [...]; una lesión al sentimiento patriótico; un agravio a la Patria”.
Ante estos actos de “irreverencia” con la Patria, continúa diciendo: “se impone la necesidad de neutralizar totalmente las secuelas del accionar ideológico disociante y tendencioso; reparar el deterioro formativo; salvaguardar y perpetuar la esencia de la Nación representada en sus Símbolos”.
La cúpula militar fue visiblemente la encargada de llevar adelante el proceso de disciplinamiento social, aunque no lo hizo sola. La alianza y complicidad con sectores civiles y la Iglesia buscaron consolidar un único e inalterable “modo de ser argentino” . Una vez más escuelas y museos se convirtieron en herramientas para internalizar un modelo de patria, instalar una idea de prócer, acallar voces de la historia.
A través de este boletín, se buscó dogmatizar a las comunidades, principalmente educativas, consignando una serie de reglas a respetar e inculcar en les niñes.
“Para la designación de los alumnos que tendrán el honor de izar, arriar, conducir o acompañar a la Bandera Nacional se tendrán en cuenta los esfuerzos hechos por los mismos para sobresalir en conducta y aplicación[...]. Los alumnos no podrán renunciar a este honor por razones de carácter religioso o de cualquier otra índole que invocaren”. Sin duda, una gran porción de la población argentina ha transitado parte de su vida en el sistema educativo. La transmisión que, en las escuelas y museos, se hace sobre la idea de patria, argentinidad, respeto a la identidad del ser nacional han dejando huellas imborrables en las maneras de sentir, pensar y hacer.
La bandera y el himno nacional ¿a quiénes representan? y mejor aún, ¿quienes no aparecen entre sus líneas? Con 8 o 9 años ¿qué sentidos giran entorno al juramento a la bandera?
¿Qué imaginarios construimos desde niñes entorno a ellos? ¿de qué manera estas imposiciones de respeto a los símbolos disciplinaron nuestros cuerpos y nuestras ideas? ¿Cómo aquellas cotidianidades impusieron, casi imperceptiblemente, una única noción de ciudadanía argentina semejante al europeo?
Para “reorganizar” la nación resultaba necesario repetir la exclusión, aquella primigenia del siglo anterior (1880), y la aniquilación de las diferencias a través de la toma de distancia (un brazo por encima del hombro del compañere), el control del cuerpo (la posición firme) y las pautas en cada movimiento en los actos escolares como forma de disciplinamiento moral y control ideológico.
La Patria como singular, permanente y estable pareció construirse a partir del uso restrictivo de un par de elementos: una bandera, un escudo, un himno, la escarapela y unos cuantos rituales a cumplir y repetir insistentemente.
Hechos que, como ya se mencionó, no sólo se restringen al ámbito escolar, los museos, también han contribuido a sostener esta patria inventada.
¿Con qué elementos contamos hoy para develar aquellas prácticas sostenidas durante años a través de los rituales?
¿Qué posibilidades reales existen de reconstruir museos que permitan otros símbolos, rituales, acciones y sentires divergentes?
Redacción: prensa ATM
Junio de 2021