Una visita al Museo Comunitario Balaa Xtee Guech Gulal, México

11.3.11 - 
En los valles centrales de Oaxaca se encuentra Teotitlán del Valle, un pueblo de familias tejedoras que mantienen esa actividad como tradición y sustento.




Decidí ir a conocer este lugar donde se encuentra un museo distinto a aquellos que estamos acostumbrados a ver, un museo que nace y funciona a partir de su gente y que dentro de la museología denominamos “comunitario”.


Desde la ciudad de Oaxaca debe tomarse un bus en la terminal rumbo a las ruinas de Mitla y estar atento al camino para bajarse unos kilómetros antes de Tlacolula – que los domingos tiene un mercado increíble donde pueden encontrarse desde artesanías locales hasta gallinas vivas y hermosos puestos de flores-, al bajarse en la ruta otro bus se adentra en el corazón de Teotitlán del Valle, que por 5 pesos mexicanos ofrece a través de sus ventanillas un paisaje modesto, de casas sencillas al pie de un imponente cerro.


Se caminan apenas unos metros y ya se está en la plaza principal, pequeña, dominada en lo alto por la capilla del pueblo. A un costado una vieja construcción con techo a dos aguas, y una pequeña inscripción que señala que allí funcionó el mercado del Progreso y que hoy alberga al museo Balaa Xtee Guech Gulal – que significa sombra del pueblo antiguo-.


Mi primer contacto fue con Jesús, él se encargó de darme la bienvenida y hablarme de cómo había surgido el museo y cómo funciona. Me contó que se maneja por un comité elegido por el pueblo y la idea nació en el año 1992. A los dos años se le da un lugar estable donde funciona hoy mismo, gracias al aporte y donaciones de la gente de Teotitlán.






El recorrido del museo se inicia con la exhibición de objetos precolombinos de una belleza comparable a aquellos encontrados en Monte Albán y que provienen de sitios arqueológicos situados a escasos metros del museo – lindante con la capilla del pueblo-. Aquí descubro el primer rasgo que diferencia a un museo de este tipo, de otros: el objeto no se encuentra aislado y sigue perteneciendo al lugar de donde es originario. Este no es un dato menor, dado que las culturas prehispánicas no se presentan como entes lejanos sino todo lo contrario, se ven como estratos firmes de la historia, y el punto de partida para comprender -in situ- dónde estamos situados y por dónde debemos empezar para poder descubrir a este primer asentamiento zapoteco de la mejor manera que puede hacérselo.






La incorporación del mundo hispano se logra a través de una forma muy original, comenzando a narrar su historia por medio de unas de las actividades más representativas de aquellas tierras: la textilería. Es así como la tradición zapoteca se ve representada por medio de un maniquí elaborado por la misma gente del pueblo, que nos muestra a una mujer arrodillada en el piso tejiendo con un telar de cintura, y en su opuesto, en el frente del recorrido un gran telar de pedal, introducido por los padres dominicos, símbolo de la presencia y dominación española. Es así cómo el objeto pasa a ser portavoz de renglones de historia que en otros museos se resuelven con enormes textos, pero aquí se simplifican con aquello que es más representativo para un grupo de personas con una identidad en común, sin recurrir a textos académicos y optando por objetos que representen la actividad predominante del lugar.






A partir de allí comienza la descripción de todos aquellos pasos para la elaboración del tejido, desde el lavado pasando por la limpieza manual de la lana, el hilado, el cardado, el teñido, el urdido y culminando con el tejido.


En el medio se pueden tocar las lanas en las distintas etapas de lavado, distinguir todos aquellos elementos necesarios para teñir, y observar fotografías actuales e históricas de las familias tejedoras locales. Todo se acompaña por testimonios firmados, cortos de fácil y entretenida lectura que dan la sensación de familiaridad y de estar manteniendo una charla con aquellas personas y ser protagonistas de aquellos procesos más que meros observadores frente a textos serios y estáticos.






El recorrido se interrumpe con una pequeña sala dedicada a los danzantes de la pluma que exhibe, penachos de plumas, máscaras, fotografías de danzantes a lo largo de todos estos años y un video imperdible con testimonios de los habitantes de Teotitlán, música, y pequeñas historias de los protagonistas de esta danza que gracias a ella se curaron de sus enfermedades, entre otros sucesos o simplemente encontraron una actividad q los llena de dicha.


Jesús ya me había hablado de la danza de la pluma cuando comencé mi recorrido y al escucharlo comprendí que en ella continúa el mismo sentido de comunidad presente en todo el museo – como así también en otras manifestaciones locales como la Guelaguetza, donde se realizan intercambios, regalos o préstamos con el fin de ayudar al prójimo-. En este caso, un grupo de danzantes se reúnen y se comprometen por dos años a danzar por la prosperidad y la felicidad de su pueblo. El mismo sentido de compromiso que se comparte en muchos ámbitos de la vida de esta gente, que se detiene a hablarte por la calle, aún sin conocerte, que te invita a sus casas y te muestra sus fotografías, habla de sus padres, sus hijos y hasta incluso de sus sueños. Todo esto hace posible que la existencia de un museo comunitario en Teotitlán del Valle sea posible y no una mera casualidad.






Sigo recorriendo, y un grupo de nenes llega al museo y su curiosidad se transforma en el ojo perfecto, me gusta verlos señalar las fotografías y ver cómo reconocen a la gente. Seguramente son sus padres, sus abuelos, la señora que ven a diario por la calle, el señor que toca en la banda, la familia vecina a su casa, pienso que también hasta podrían estar fotografiados ellos mismos. Es otro rasgo de genialidad de este museo, uno puede reconocer a los protagonistas de la historia y encontrarlos ni bien se pone un pie en la calle.


El recorrido culmina con los distintos pasos para llevar a cabo una boda. Es un espacio para destacar una parte de su cultura y costumbres, que se torna más interesante aún cuando se cuenta con la suerte de toparse con una boda en la propia capilla del pueblo.




Hago un repaso rápido de lo visto, y encuentro al pasado y al presente en perfecta armonía. Lo que vendrá, se encuentra en todas aquellas inquietudes de la comunidad que trabaja en un proyecto de ampliación y remodelación de las salas del museo, y en la preocupación de conservar la colección textil del museo –para esto se pidió la colaboración del restaurador del Museo Textil de Oaxaca, Héctor Meneses – y el esfuerzo constante por investigar y mejorar.


Entre tantas cosas, rescaté también aquella intención de los habitantes de Teotitlán de continuar hablando el zapoteco y enseñárselos a sus hijos, y así comprendo cómo el museo busca rescatar cada palabra perdida en sus antepasados para que sigan pasando de boca en boca y así la historia sea escrita con palabras propias y no ajenas. Es un trabajo arduo, pero que este museo y aquellos otros que conforman la red de museos comunitario de Oaxaca, nos demuestra que es posible.


Por último me despido de Jesús, agradecida enormemente por su recibida y orgullosa de que haya trabajadores de museos cómo él y con la esperanza que de que esa pertenencia que él sentía por su lugar de trabajo y su historia se haga común a la experiencia de muchos otros.


Juliana Ullúa y Lucila Pesoa
Corresponsales de ATM en México / Oaxaca, Febrero 2011.




Teotitlán del Valle, a 29 km de Oaxaca


El museo esta abierto de martes a domingo de 10 a 16 hs.


Informes: Zeferino Mendoza: Investigación y difusión: exlibrisanahuac@hotmail.com


Jesús López: fgoaxaca@hotmail.com